Tienes una visión, una idea descabellada que te mantiene despierto de noche. Quizás la visión ha estado contigo desde tu infancia, o quizás tiene pocos días instalada en ti, exaltando tu modus vivendi al punto en que no puedes dejar de pensar en ella. Te pasas los días soñando despierto, tratando de imaginar cómo sería tu vida si pudieras alcanzar tu meta. Pero pronto te das cuenta que a pesar de que la idea ha remeneado los cimientos de tus planes de vida, no has hecho nada para comenzar a materializarla. Y pronto pasan los días,  las semanas y los meses, y el panorama empieza a traicionarte: llegas a la realización de que no tienes el tiempo necesario, la energía suficiente, la precisa cantidad de fuerza para avanzar hacia ese horizonte ideal que cada vez se ve más lejos. Quizás fue ese negocio propio con el que siempre fantaseaste, o ese libro que siempre quisiste escribir, o esa aventura con la que coqueteaste durante años.

Pero al final, nada sucede.

Con el pasar del tiempo empiezas a justificar tu inmovilidad pensando en que aquello no era para ti, que en realidad nunca lo deseaste lo suficiente, o que quizás, la suerte nunca estuvo de tu lado. Es posible que te demuestres día tras día que la inacción siempre fue la mejor opción, porque quién sabe, lo más probable es que hubieras fracasado como quiera. Y de manera vertiginosa, vas almacenando tus planes, tus propósitos y tus sueños  en el tren del olvido, donde zarparán para siempre hacia la tierra del nunca-jamás.

Si delineamos los procesos mentales que nos llevan a abandonar la mayoría de nuestros sueños, la secuencia de lo que sucede en nuestro interior por lo general luce de esta manera:

  • Concebimos una idea, o un gran impulso para que nos movamos en una dirección específica. Esta idea puede haber estado con nosotros durante años, como la mayoría de nuestros sueños de infancia, o puede haber ingresado recientemente en nuestra visión.
  • Empezamos a darle forma a la idea en nuestro interior, y pronto, estamos figurando día y noche como conquistaremos nuestra meta. Como parte de este proceso, nos imaginamos con frecuencia lo satisfecho que nos vamos a sentir cuando logremos nuestro propósito, y la sensación de que el universo ha comenzado a conspirar para que alcancemos la plenitud se instala durante un tiempo en nuestro interior.
  • Cuando finalmente trazamos  los pasos que tenemos que dar para lograr nuestro objetivo, y nos damos cuenta  lo que costará alcanzar nuestro sueño, se inicializa el proceso de auto-derrota, donde logramos convencernos de que no seremos capaces de lograrlo. Es en este punto clave donde las emociones negativas toman control de nuestras decisiones: el miedo y las dudas minan nuestro territorio mental, y cada acción a tomar se convierte en una obra de teatro donde nuestro espectador interno se queda esperando a que salgan los actores, pero estos se quedan tras bastidores.
  • Al poco tiempo, engavetamos la idea y seguimos con nuestras vidas.
  • Fin de la historia.

En mi caso, este proceso había ocurrido un sinnumero de veces. Entre los múltiples proyectos que jamás vieron la luz del día puedo citar una empresa de traducción, una empresa de helados, un centro para personas con adicciones, en fin, una cantidad significativa de proyectos que murieron antes de salir a la luz. Por otro lado, tenía mis sueños de infancia, esas metas con las que soñamos desde que tenemos uso de razón, entre las que se encontraban la de escribir un libro, y recorrer el Camino de Santiago. Estas dos últimas metas en particular se habían convertido en espejismos que nunca lograba materializar: quería escribir un libro, pero de solo imaginarme el esfuerzo que tenía que hacer, se me hacía imposible romper la inercia; quería recorrer el Camino de Santiago a pie, pero el solo hecho de tener que caminar 800 kilómetros me paralizaba; en fin, cada proyecto implicaba que pusiera en movimiento una serie de acciones que al concebirlas, por el hecho de su magnitud, me hacían sentir paralizado, incapaz de tomar un paso hacia su ejecución.

¿Por qué, entonces, la tendencia de permanecer en estado de reposo había superado en todos estos casos el tomar acción y lograr las metas que me había propuesto? ¿Cuál era la diferencia entre las personas que tomaban las ideas por los cuernos y las catapultaban hacia la realidad, y aquellas, que como yo, vivían maquinando proyectos que nunca lograban salir de sus cabezas?

La ley del esfuerzo mínimo constante y la física clásica

La primera ley de Newton dice lo siguiente:

  • Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento rectilíneo uniforme a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él.

La inercia, en el campo de la física, es la propiedad que tienen los cuerpos de permanecer en estado de reposo mientras la fuerza sea igual a cero. El movimiento rectilíneo uniforme es aquel en que la trayectoria es una línea recta y la velocidad es constante, y esta permanecerá de esta manera mientras la fuerza sea igual a cero.

En consecuencia, los cuerpos conservarán su estado de reposo, o continuarán su movimiento rectilíneo uniforme, a menos que se vean obligados a cambiar por fuerzas ejercidas sobre ellos.

Para los fines de este artículo, podemos re-interpretar los siguientes dos términos de la siguiente manera:

  1. Inercia: estado de paralización en el que somos incapaces de encaminar nuestros esfuerzos hacia la visión que queremos alcanzar. La inercia nos mantiene en un estado de no-acción, que ocasiona que nuestras intenciones, sueños, impulsos, o cualquier deseo no materializado, se disuelvan antes de salir a la luz.
  2. Movimiento rectilíneo uniforme: estado en el que estamos sumidos en nuestras rutinas diarias, enclaustrados en una espiral donde cambiar de trayectoria se siente imposible. Quizás le estamos dedicando toda nuestra energía vital a un trabajo que no soportamos, o cargando con relaciones tóxicas que no nos aportan nada positivo. Imagínense a la luna girando alrededor de la tierra, y por más que la luna desee cambiar de orbita, nunca logra cambiar de trayectoria.

Newton, al igual que Leonardo, Galileo, Descartes, o Hooke, intuía que los cuerpos tendían a mantener su estado. Cuando se empuja un auto que está en reposo, la fuerza inicial que se le debe imprimir al carro para sacarlo de su estado de reposo debe de ser mayor a la fuerza que habrá que imprimirle para continuar moviéndolo. Esta fuerza constituía la cantidad de energía necesaria para romper la inercia del cuerpo, o cambiar la trayectoria de los cuerpos que se encontraban en movimiento rectilíneo uniforme. A partir de esta hipótesis, podemos trazar las siguientes pautas:

  1. El ser humano está inclinado a mantener su estado de inercia o de movimiento rectilíneo uniforme.
  2. Para poder romper con estos dos estados, necesita enfocar sus fuerzas hacia direcciones específicas.
  3. Después que logra salir del estado de inercia, la fuerza necesaria para mantenerlo avanzando es menor a la fuerza que utilizó para romper la inercia.
  4. Para continuar avanzando a la mayor velocidad posible, necesita disminuir la fricción que tratará de frenarlo.

La fricción, la fuerza que actúa contra el movimiento

En física existen dos tipos de fricción: la fricción estática y la fricción dinámica. La primera es la resistencia que se debe superar para poner en movimiento un cuerpo, mientras la segunda es la resistencia que se opone al movimiento una vez que el cuerpo comenzó a moverse.

Para los fines de este artículo, podemos reinterpretar la fricción como las fuerzas que se  conjugan para prevenir que alcancemos nuestras metas. Todo el que ha creado algo de valor conoce a fondo esta fuerza: los emprendedores, los visionarios, los creativos, y todos los que buscan cambiar el status quo o la forma tradicional de hacer las cosas, tienen la certeza de que cada día deben levantarse a enfrentarse con la fricción si quieren conquistar sus propósitos.

¿Pero y qué fuerzas son estas? ¿Cómo se expresan en nuestras vidas?

La fricción no es más que la fuerza constante que trata de prevenir que nos convirtamos en eso que queremos ser.

Son las distracciones que tratan de secuestrar nuestra atención, y nos hacen sentir incapaces de enfocarnos en lo que queremos.

Son las dudas que hacen que cuestionemos nuestra capacidad, y que tratan de sabotear nuestra confianza en sí mismos.

Es el miedo que sentimos antes de exponernos a cualquier situación donde nos sintamos expuestos, o donde quedemos a la merced del juicio de los demás.

Es la vocecita en la cabeza que nos vive repitiendo “no puedes hacerlo”, “no eres lo suficientemente bueno”, “nunca alcanzarás el éxito”, “nadie jamás sabrá de tu trabajo”, “nunca tendrás estabilidad económica”, “eres un impostor”, “realmente no sabes lo que quieres”, “en realidad no lo deseas tanto”, “mejor quédate en tu casa, no sabes lo que haces”, “no eres tan inteligente como el resto”, “es mejor que ni lo trates si vas a fracasar como quieras”, “no tienes madera de líder”, “no eres capaz…”.

Y entonces, ¿qué debemos hacer para luchar contra la fricción?

Lo primero es entender la manera en que esta trabaja. Observe la siguiente gráfica:

Si analizamos las aristas del diagrama, podemos notar que la fuerza necesaria para sacar a un cuerpo de su estado de inercia es mayor a la fuerza que tenemos que imprimirle para mantenerlo en movimiento.

Rompe la inercia, y empieza

¿Qué importancia tiene esto para nosotros?

La lección más importante que debemos extrapolar de esta gráfica es lo siguiente:

  • Lo más difícil es romper la inercia: después que logramos dar ese primer paso hacia la meta, los esfuerzos que tendremos que hacer para continuar en movimiento siempre serán inferiores al esfuerzo inicial.

Es por esto que introducir un hábito en nuestras rutinas diarias se nos hace difícil, pero después que logramos empotrar el hábito en el tejido de nuestras vidas, lo automatizamos hasta un punto en que el esfuerzo adicional para continuarlo se convierte en una fracción del esfuerzo que en un principio nos costó hacerlo parte de nuestro diario vivir.

Por ende, empecemos.

Rompamos la inercia.

Un día despertaremos y nuestras visiones ya serán parte de nosotros.

Pero claro, un baby step a la vez.

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